Cuando era un día especial, en casa de mis abuelos la comida hacía gala de ello, y se mataba el pollo del corral que se había criado con esmero para la ocasión. La tarea era laboriosa, pues había que sacrificar al animal y desplumarlo. Después quedaba otra faena no menos importante; guisarlo con las mejores materias primas al alcance para la ocasión. No había festejo que se preciase sin una comida que estuviese a la altura. Sigue leyendo