
La Semana Santa junto con la Pascua eran las vacaciones que mas me gustaban en mis años de estudiante de bachillerato. A decir verdad, las recuerdo mas por ese resquicio de libertad que me daban mis padres para volver un poco mas tarde a casa y así poder estar mas tiempo con mis amig@s que por el componente religioso que tenían.
Como he comentado en alguna ocasión, pasado San José, mi madre se marchaba unos días al pueblo para elaborar junto con mi abuela y sus hermanas las famosas monas, que después comeríamos en la Semana Santa y en las meriendas de Pascua. Hacían bastantes, pues a partir de aquel momento también sería nuestro desayuno, merienda… A veces mi madre tenía que controlarnos para que llegasen hasta su fecha. Esa mona, que tenía sus días, iba cogiendo cuerpo como un pan y a medida que iba pasando el tiempo estaban mucho mas ricas. Habían perdido flexibilidad sí, pero habían ganado en textura y otras cosas. Quisiera comentaros que las monas de mi madre no eran muy altas eran un poco chatas y su miga parecía de pan. Tanto es así que el día de la merienda en el campo las comíamos con longaniza roja un poco seca y con habas tiernas; las que hoy llamaríamos baby.
Ya veremos como salen!
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